domingo, 23 de septiembre de 2007

Raisit rai vi lle djaqa


Apenas puede, la perezosa brisa de diciembre, acunar las somnolientas hojas de los mangos. Entre verdes y dorados, con rojas salpicaduras, sangrantes heridas abiertas al calor de la noche.

A la 1,16 hs llega el colectivo. Abren las bodegas y despacho el equipaje. Entrego el boleto a la azafata. Una sonrisa tan gastada, rutina, repetición, hastío. El tono cordial de tantos ensayos. ¿ Cuantas veces, en el transcurso de este viaje, tendrá deseos de abandonar su mascara?

Me recibe la helada bendición del clima interior. Se me erizan los vellos de los brazos y no puedo evitar que un fugaz escalofrío serpentee a lo largo de mi columna.

Voy buscando el numero de mi asiento en la fila. Hay una pierna estirada en mi camino. Un permiso, por favor. Un perdona, pasa. Una sonrisa que me desarma por completo, que peligrosamente me suspende en un instante. Mi asiento es justo el de atrás suyo.

Todo se ha detenido, estoy prisionero, soy un esclavo. Estoy encadenado a sus rizos castaños. Me deslizo entre ellos. Tiemblan mis dedos ante el deseo de siquiera rozarlos.

Tengo 11 años otra ves. Estoy en mi habitación. Es otra sonrisa la que me paraliza. Son otros reflejos castaños, estos son lacios, los que me tienen hipnotizado. Sobre la mesa una hoja de papel. El dibujo de una supuesta pista de carreras rompiendo la inmaculada blancura. Trazos de marcadores, autos imaginarios que arrancan, aceleran, se pasan unos a los otros. Una apuesta.

No sé ahora, si entonces sabíamos cual era el destino de ese viaje. Una remera y otra remera, siendo liberadas. Su torso desnudo ante mis ojos. Mis manos, aferrada al marcador una, tamborileando sobre la pulida superficie de madera la otra. La línea blanca del elástico resaltando sobre el rojo de la tela. Sus manos que descienden.el celeste de su slip que se asoma.

Sigo yo. Todo lo hago sin apartar mis ojos de su cuerpo. El se da cuenta. ¿Cómo podría no hacerlo?

¿ queres verme completamente desnudo? Me pregunta, como si estuviera diciendo que va a llover.

Si queres, alcanzo a responderle, y pese a mi tono de fingida indiferencia, puedo sentir como un golpe de fuego en mis mejillas. Estoy ardiendo. Consumiéndome por la vergüenza y este deseo que empiezo a descubrir.

Lo hago, si vos después, aclara, me haces un favor.

Todo un negociante. Y la sola idea de su cuerpo desnudo es suficiente para borrar cualquier suspicacia. Podría pedirme lo que quisiera. Hasta podría, aunque no lo hace, decirme que estoy parado sobre un nido de víboras, y ni así conseguiría apartarme de este cielo. Como bien sabría después las víboras estaban afuera, esperando que saliéramos. Que nuestro deseo viera la luz del día. Todavía era demasiado inocente, ferozmente inocente.

Bueno, fue lo único que pude articular. Fue suficiente.

Se bajo el slip y, por fin su cuerpo completamente desnudo estuvo ante mis ojos

Me acerque casi temblando. Torpemente empece a recorrerlo con mis manos.

¿Me das un beso?, Me pregunto.

Acerque mis labios a los suyos y apenas se rozaron me retire como impulsado por un resorte.

¡Eso no es un beso! , Protesta él.

¡Ah no! ¿Y como es?, Pregunte desafiante.

Así. Aprende, y sus labios se pegaron a los míos. Como si fueran a fundirse, y su lengua abrió mis labios entrando en mi boca.

¿ Cómo podría saber cuanto duro ese beso? Un instante, una nada...,y hasta el infinito, porque aun hoy al cerrar los ojos puedo sentir la fresca humedad de sus labios y su lengua. Aun hoy que 12 años nos separan. Que no sé dónde esta, que hace, como se ve. En mi mente sigue igual, flaco y desgarbado. El flequillo lacio cayendole sobre la frente. Su sonrisa. Su piel cálida y perfumada. Todo el recuerdo es puro presente, y mi presente es esta voz lejana a la que no le presto atención. Las luces que parpadean y finalmente se apagan. La comodidad de mi asiento. Esta poderosa presencia que no me abandona.

Hace un par de años me pareció verlo fugazmente por la calle. Entonces, como ahora, estuve todo el día pensando en él. Esa tarde por fin me decidí y lo llame por teléfono. Parecía contento de poder escuchar mi voz. Quedamos en vernos esa noche. Estuve todo el día imaginando que decirle. Si al saludarlo iba a darle un beso en la mejilla o solo un fuerte apretón de manos. Si alguno de los dos iba a tocar el tema. Quizás él prefería no recordar esa parte de su vida.

Esa noche me llamo cuando recién salía de bañarme. Me invento una excusa cualquiera. Me dijo que tenia que ayudar a su hermano con un inventario. Si podíamos vernos otro día. Le dije que sí. Que me llamara. Nunca me llamo. Nunca lo llame.

La semana pasada me mando saludos por unos amigos en común.

Él parece que duerme. El, me parece ridículo no saber su nombre. Podría inventarle uno. Elegir entre mis favoritos. ¿Pablo? ¿Rodrigo? ¿Alejandro? Gabriel parece dormir, ya me decidí, va a ser mi espejo. Puedo sentirlo respirar pausadamente. Mis ojos intentan atrapar, sino adueñarse, cada pequeño detalle que pueden: un lunar en su cuello, el cuadriculado rojo y negro de su camisa, los vellos de su mano, el reloj en su muñeca, sus jeans desgastados, sus borceguies negros, el contorno de sus piernas, su nariz, sus pestañas.

La luna, a traves de la ventanilla, juega conmigo. Es luna llena y casi no hay nubes en el cielo, pero cada ves que intento fijar un detalle, aparece alguna o, entramos a una arboleda, y en migajas me llegan sus guiños burlones, o el camino cambia de rumbo quedando su luz a mis espaldas.

¿ Me la queres chupar? Me pregunta. Estamos los dos sobre mi cama. Ya fue el beso y ahora estamos pajeándonos, uno frente al otro.

No necesito contestarle. ¿Pensarlo? Tal ves uno o dos segundos. Me arrodillo frente a el y llevo su sexo a mi boca. ¿Cómo describir su sabor? Su gusto agridulce en mi paladar. Su dura suavidad deslizándose entre mis labios

Ese sabor que empezaría a gozar por anticipado cada ves que le hiciera la pregunta. Porque nunca mas hizo falta que él me lo preguntara. De ahí en adelante la iniciativa seria siempre mía. Bastaba un trozo de papel, cualquiera, el que estuviera a mano, para que la misma fuera formulada.

Nunca existió el peligro de que cayera en manos extrañas. Después de todo solo podrían leer: “raisit rai vi lle djaqa”. Parece difícil, pero después de escribirlo 10,20,50,100 veces, podía hacerlo hasta con los ojos cerrados. Ese era nuestro lenguaje secreto. Tan facil que un tonto podría haberlo descifrado si se lo proponía. Bastaba con retroceder cada letra a su inmediata anterior en el alfabeto, teniendo la precaución de separar las vocales de las consonantes. Y así, como por arte de magia, aparecía el verdadero mensaje: “¿queres que te la chupe?”.

Aunque no siempre hacia falta un mensaje escrito en papel. Alcanzaba una mirada, una caricia hecha al pasar, el echo de que me pusiera a comer, chupar, un picole, verme hacerlo y verme chupándosela era una sola cosa.

Recuerdo una noche en que volvíamos de jugar al futbol. Todos transpirados y completamente agotados. Habíamos comprado un paquete de salchichas y pan de Viena. Se me ocurrió sacar una t empezar a chuparla.

¡ Para! Me detuvo su grito. Agarro mi mano y la llevo a su entrepierna, estaba al palo.

Tuvimos que escondernos entre los arboles y se la chupe hasta que para sorpresa mía acabo en mi boca. Era la primera ves que probaba su leche y, como me confiaría después, esa era la primera ves que eyaculaba.

Empieza a amanecer. Vamos por la autopista de entrada a la ciudad. Apenas se vislumbra la masa negra de los cerros sobre el cielo. Entramos al Portezuelo. Por un instante quedamos suspendidos en el aire. Salta esta a nuestros pies. El valle es un tablero gigante de lucecitas que titilan allá abajo. Empieza el descenso. Se encienden las luces. Caigo en la cuenta de que voy a dejar de contemplarlo. Se va a levantar, recogerá sus cosas y se pedrera entre la gente. Nunca mas voy a volver a verlo. Será simplemente otro recuerdo y capaz que ni siquiera eso.

¿queres que te la meta?. Me pregunta.

Y yo, que ni siquiera me había imaginado que tal cosa pudiera ser posible, me veo obligado a preguntar; ¿cómo? ¿Por donde?

Por el culo, tonto, exclama fastidiado.

Pero, entra por ahí, me veo obligado a preguntar.

Claro, acostate boca abajo, me indica.

Lo hice, y vaya si entraba. Ahí se acabo la reciprocidad, como bien se encargo de aclararme cuando le pedí que yo también quería hacérselo. El no podía porque cuando fuera a hacer el servicio militar se iban a dar cuenta, fue la primera ves que entendí el famoso chiste del fuenton con agua y las burbujas. La cosa fue que verdadero o falso, no me permitió hacérselo, y su negativa se repitió cada ves que se lo pedí.

Son las 7,15 hs, sale el sol sobre la ciudad. Estoy en un taxi camino a casa. Hace 5 minutos lo vi a Gabriel desaparecer en el interior de otro. “Siga a ese taxi”, me vi diciendo. Pero fue solo un espejismo. Me parece que he estado viendo demasiadas películas últimamente.

Pasamos frente al monumento. Desde su atalaya de piedras Guemes vigila. No sé que, pero vigila. Me voy a dormir, tal ves pueda soñar con él.

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