sábado, 8 de marzo de 2008

Juegos funerarios



¿Tenes fuego?
Si, toma
Parece que va a llover.
Ojalá, después de un día tan espantoso no nos vendría mal un poco de agua.
Me duelen los pies. Estoy reventado.
¿Caminaste mucho?
Me recorrí media ciudad.
¿Haciendo?
Llegue esta mañana de Deán Funes. Vine a verlo a mi abuelo. Me dijeron que estaba internado. Así que ni bien llegue me fui para allá, pero no era cierto.
¿A cual?
Al hospital Ferroviario.
Ah, si ya sé cual es. ¿Y no estaba?
No, parece que me avisaron mal el día, o capaz que yo me confundí.
¿Y tu familia?
No son de aquí, viven en las sierras.
¿Y que hiciste?
Me vine caminando. Fui al parque. Pasee un rato. Quería entrar al zoológico, pero estaba cerrado. Me fui a la catedral. Camine por las peatonales. Salí por Gral. Paz hacia la Costanera, y fui hasta la isla de los patos. Volví por Alta Córdoba, la zona de la estación, y me vine por el bulevar hasta la terminal.
¿Todo eso a pata?
Sí, no tenia mucha guita. Cuando me avisaron salí tan rápido que ni lo pense.
¿Y que pensas hacer?
Esperar que salga algún colectivo, y hablar con el chofer para que me lleve.
¿Y si ninguno quiere?
Espero hasta mañana y me voy a dedo.
¿Cuántos años tenes?
16 ¿y vos?
26.
¿No sos de acá, no?
No, salta.
Ya me parecía. Pensaba que eras de Santiago.
No, nada que ver la tonada. La nuestra es mas de opas.
¿Estas trabajando?
No, estudio.
¿Qué?
Ciencias económicas, para contador publico.
¿Té falta mucho?
2 años mas o menos.
¿Y vos?
¿Qué cosa?
¿Estudias?
No, deje, no me gustaba.
¿Y que haces?
Nada en especial. Por ahí consigo un trabajito, pero nada fijo. ¿Vivís solo?
Si, tengo un departamento. ¿Y vos con quien vivís?
Con mi mama y mi hermana.
¿Y no se van a preocupar si no volves?
Ni siquiera les avise que me venia. Mi vieja estaba en el laburo, no volvía hasta tarde. Mi hermana ni idea de donde andaría. Le dije a Pedro que les avisara.
¿Quién es Pedro?
Un amigo, del hotel.
¿Hotel?
Si, conseguí una changuita de cajero en un telo. Es de un tío.
¿Y que tal?
Aburrido, casi siempre. Lo único que haces es verle las manos a la gente. Tiene un vidrio totalmente opaco que no permite que veas, ni te vean.
¿y Pedro también trabaja ahí’
Si, pero él lo hace en las piezas.
¿Hace la limpieza?
No, es cliente. Siempre lleva uno que otro viejo, o no tanto, y como van guillados, primero viene él, me toca la puerta, le doy la habitación mas alejada y después entran con el auto.
¡Lindo trabajo!
Y, sí.
¿Y vos no probaste?
No, tengo novia
¿Y eso que tiene que ver? ¿Cómo se llama?
Paola.
¿Tiene tu edad?
Sí. Ahora andamos medio peleados.
¿Por?
No quiere salir conmigo a bailar, porque dice que siempre termino en pedo.
¿Y ella no toma?
No, ella es fiel.
¿A quien? ¿A vos?
No, a la fana.
¿No crees que es peligroso?
Si pero no me da bola.
¿Y por que seguís con ella?
Porque me la chupa como los dioses
Ah si, ¿y cogen?
No, no quiere. El sida, el bombo, y esas cosas.
Pero, ¿y el forro?
No, no sirve para nada eso. Lo único que hace es molestarte y cortarte la inspiración.
No me parece, es solo cuestión de acostumbrarse.
Che, ¿y vos como te llamas?
Javier, ¿y vos?
Pablo. ¿Vas a tu casa ahora?
Si
¿Vacaciones?
No, me llamaron anoche para decirme que mi viejo esta enfermo. Parece que le dio un ataque al corazón... voy a ver...
¿Tenes hermanos?
Si, tres, y algunos medios sueltos por ahí.
¿Sos el más grande?
No, el segundo.
Tu bondi, ¿a qué hora sale?
Teóricamente hace dos horas. Pero ni noticias. Dicen en las boleterías que viene atrasado. Viene de Bs. as.
¿Cuántas horas de viaje son hasta salta?
Doce horas, pero este no va hasta salta. Va a Tucumán. No había ningún servicio a salta, y como quería viajar si o si, me decidí por este. De Tucumán salen bastante seguidos los colectivos para salta. ¿Conoces salta?
Si, fui unas ves cuando era chico. ¡Para!, ese cole va para deán Funes, le voy a preguntar al chofer...
¿Y?
No, dice que va con la chancha, y que se le puede armar quilombo. Son unos hijos de puta. Me dijo que me valla a dedo.
¿Y porque no te vas a dedo?
No, de noche no. No sabes quien te puede levantar. A un amigo lo levanto un camionero, y después quería que se la deje chupar, sino lo dejaba tirado en medio de la ruta.
Y bueno, pero una boca es una boca.
Si, pero ¿y si después quiere otra cosa?. Mi culito esta sanito y así pienso mantenerlo.
¿Quién era tu amigo?
Pedro
¿El del hotel?

Entonces mucho no le debe haber costado.
Asi empezó, y ahora se dedica a los viejos. Yo paso.
Che, ¿y cuanto sale el pasaje a deán Funes¿
Veinte pesos.
¡Que cagada!, Si tuviera te daría, pero yo también tuve que pedir prestado para poder viajar. Estoy con lo justo.
No importa, por lo menos estamos pasando el tiempo.
Che, ¿comiste algo?
Sí, dos pebetes.
¿Tenes hambre? Había comprado un paquete de galletas, ¿queres?
No, gracias.
¡Toma!, No te hagas el sota.
¿Qué empresa era la tuya?
El Tucumano
¡Mira!, Ahí entra uno.
Voy a ver.
¿Y?
Si, ese es. Bueno che, un gusto haberte conocido. Espero que tengas suerte. Chau.
Chau.

Una gota empieza a deslizarse por el cristal. Va logrando una cierta velocidad. Se alimenta de otras gotas más pequeñas, hasta ya no ser mas una gota sino un hilito mas de agua, desapareciendo de mi vista.
No ha parado de llover desde que salimos de córdoba. Por suerte el colectivo viene casi vacío, así que he elegido un asiento casi al final, donde poder estirarme cómodamente.
¿Cómo será eso de pensar en nada? ¿Sera posible? Será este ocupar la mente en mil cosas distintas, una tras otra, para no pensar en eso que justamente es la razón de que no pueda dormirme. Siempre creí que si uno no cree en algo, aunque haya sucedido o este sucediendo ahora mismo frente a mis ojos, es como si nunca hubiera pasado. Pero yo lo creo, sé que sucedió. Es solo que no deseo pensarlo. Prefiero ver la lluvia que cae con fuerza allá afuera, el cielo gris y encapotado, los manchones verdes, brillantes de los cañaverales, que como un mar de olas verdes, rompen contra la banquina de la ruta, los chorros de agua que van levantando las ruedas del colectivo a su paso. Prefiero pensar en pablo. ¿Qué habrá hecho? ¿habra conseguido que algún chofer lo lleve hasta deán Funes? Y, por supuesto, no puedo evitar pensar lo que hubiera pasado si me hubiera dado el más mínimo pie. No estaría yo ahora encima de este colectivo. No sé si entendió para que lado lo corría. Creo que si, los pendejos vienen cada ves mas rapidos. ¿Me hubiera importado la edad? Después de todo era menor de edad, y yo, un viejo corruptor de menores, de veintiséis años. Puedo imaginarme la cárcel, los titulares de los diarios, o peor, los buitres trajeados de la television. ¡No, no me hubiera importado un carajo! Cinco, tal vez diez segundos, como un resplandor, hubieran durado esos pensamientos.
¿
Ya casi es mediodía. Estamos a las afueras de Tucumán. No ha parado de llover. No quiero ni imaginarme el calor, húmedo y pegajoso, que va a envolverme en cuanto baje del colectivo. Necesito hablar con Luis. ¿Qué le digo? ¿Qué va a decirme? ¿Se puede decir algo?
No me acuerdo que le dije hace un año, mas o menos, cuando era él el que lloraba, y yo tenia los ojos secos. Me limite a abrazarlo. ¿Habrá sentido mis brazos? ¿Se puede ver a quienes nos rodean cuando estamos llorando?
Telecom informa que el numero solicitado no corresponde a un abonado en servicio...
O no tienen mas teléfono, o se cambiaron de casa. ¡Mala suerte!
¿A que hora tengo el próximo colectivo a salta?
13,30 horas.
Dame uno
¿Ubicación?
Al medio.
¿Pasillo o ventanilla?
Pasillo.

Otra vez a viajar. Esto ya parece una road movie, interminable. El paisaje del desierto de Arizona, el Gran Cañón, o River Phoenix tirado sobre una ruta de Idaho, mientras las nubes, blancas, lechosas, tétricas, se deslizan como babosas sobre el azul del cielo. Azul y blanco, blanco y celeste, toda una bandera argentina. Niebla, una niebla espesa que no deja ver el camino. El chofer no piensa reducir la velocidad. En esta curva o en aquella nos vamos a encontrar con un camión de frente, y entonces, los frenos le van a quedar de moño al hijo de puta este.
Cinco y media de la tarde, estamos llegando a salta. El camino esta asqueroso. ¿ Cuando mierda van a terminar esta dichosa autopista? Hace mas de cinco años que la están construyendo.

Vamos a ver. ¿ Cómo era?. Si, 215439.¡ hola! ¿Familia Paso?
No, equivocado.
¡Puta que lo parió! Estos también cambiaron el numero de teléfono. ¿ Cuál era el apellido del tío pelado?¿ Pedraza? ¿Pedroza? ¿Pastrana? ¿Parraga? No, esta visto que no voy a acordarme. ¿A quien más puedo llamar? No se me ocurre nadie. ¿ Y, si me tomo un taxi y me voy directamente a verlo? No, mejor no.
¿ A que hora tengo colectivo a Tartagal?
Estamos vendiendo hasta Embarcacion únicamente. El camino esta cortado por las lluvias.
Bueno, dame uno hasta Embarcacion. ¿A que hora sale?
18,30.
¿Y llega a.. ?
A las diez, diez y media de la noche, mas o menos.

Y dale con la road movie. Me acorde de otra: Thelma y Louise. ¡Ay mi dios, Brad querido ¿dónde estas?
Por fin pude dormirme un poco, aunque no parece, tengo los párpados pesados, hinchados tal vez, y me duele todo el cuerpo.
¿Dónde había un telecentro en este pueblo? Creo que vi uno frente a la plaza.
El teléfono de los abuelos era... , era 0875-21... Si, ese era. Bueno, otros que no están. Entre los teléfonos, las rutas y los colectivos, ya estoy empezando a embolarme. ¿Quién tiene teléfono cerca de casa? ¿A quien puedo llamar? ¿A la policía? No, ni se van a calentar. Las chicas deben tener, la mama de Angelito no esta nunca, la señora de sobrado podría ser. Voy a intentar de nuevo con los abuelos.
¡Hola abuelo! Habla Javier¿ cómo estas? ¿Esta el tío? Aja, esta en la casa. ¿ No sabes si se va a dar una vuelta mas tarde? No, bueno. Escúchame. Decile que estoy en embarcación. Que no puedo pasar porque la ruta esta cortada, y Gendarmería no te deja hacerlo, ni siquiera caminando. Capaz que mañana, de día, pueda cruzar. Bueno, chau. Besos, chau.
Recién me doy cuenta que no como desde hace casi un día. Y, como una confirmación, o como si el darme cuenta, lo fuera, siento las tripas retorcérseme.
Me siento en una de las mesas de la vereda, de la confitería de la esquina de la plaza. Pido una gaseosa y un lomito completo. El calor es agobiante. Ni la más ligera brisa. Pasan los autos, las camionetas, las motos, las bicicletas, la gente a pie, todos haciendo la vuelta del perro. Demarcando su territorio. Buscándose los unos a los otros. ¿Con miedo en los ojos? ¿De que? ¿De no encontrar a quien buscan, o de encontrarlo?
Prendo un cigarrillo. Las puntas se encuentran. La amarilla desteñida, de la llama, la blanca, granulosa, de papel y tabaco. Escucho el conocido chisporroteo. Aspiro. Exhalo. Asciende el humo, dispersándose en el aire. La muerte, a plazos y, a futuro.
Pequeños puntos luminosos calentando mis pulmones, como una lluvia de meteoritos, de fugaces estrellas - toda vida - sobre el escudo protector de la atmósfera.
Me traen lo pedido. Como. Pago. Me voy.
Una heladería. Entro. Elijo de los cucuruchos dulces, banana y dulce de leche, baño de chocolate.
Cruzo hacia la plaza. Yo también voy a participar del festival canino. Doy tres, cuatro vueltas. Me interno por sus caminos de ladrillo molido. Me siento en un banco. Miro todo con los ojos nuevos del extranjero. La fuente, que hace tiempo que fue nueva, y ahora se descascara olvidada. Será dentro de mil años encontrada, bajo unas dunas silenciosas, los cimientos de una casa, un campo de trigo.
El banco es de madera, común, como la mayoría de los bancos de las plazas. Y, como ellos, bastante incomodo. Con curvas donde son inútiles, y sin ellas donde son necesarias.
Es casi medianoche. Me canse de la plaza. ¿ Dónde voy a quedarme? No tengo suficiente plata como para ir a un hotel, y recién a las siete u ocho de la mañana, podré intentar cruzar el corte. Imagino que habrán taxis, o trafics que me lleven.
Vuelvo a la terminal, otro banco de madera.
Permanezco inmóvil, ha comenzado a caer una fina llovizna. Prendo un cigarrillo tras otro. Las calles se van vaciando, poco a poco. Solo quedan otros como yo, hombres, mujeres, algunos chicos, viajeros, náufragos de esta orilla, con la esperanza de cruzar en cuanto empiece a aclarar. Algunos conversan entre ellos, otros consigo mismo, muy pocos con el silencio. Esporádicamente llegan nuevos colectivos, bajan pasajeros, nadie sube. Siguen de viaje. ¿Adonde? ¿ No era que no se podía pasar?
Se me casi de memoria cada mancha del suelo, cada montoncito de tierra, el color de las viejas paredes, los nombres y destinos de las empresas de colectivos, sus destinos, sus horarios.
Las dos de la madrugada. El tiempo que no pasa. El tedio de los segundos, desfilando en cámara lenta, empujándose los unos a los otros, para darse fuerzas. Y, cada vez, que se vuelve a mirar el reloj, pasaron cinco minutos, o diez, o quince, no más. Esta sensación del tiempo deteniéndose. El deseo de que todo pase, rápido, con urgencia. La casi seguridad de que no va a hacerlo nunca. Y después, recordar que hace una hora estabamos sentados en un banco, en una terminal, en un pueblo. Y, hace tres caminábamos por su plaza comiendo un helado. Y hace siete u ocho, teníamos la cabeza apoyada contra el vidrio, de una ventanilla, y veíamos las gotas deslizarse por el. Y hace casi veinticuatro, jugábamos en otra terminal, en otro banco, en otra ciudad, al gato y al ratón con Pablo. Y antes de eso estabamos acostados, viendo televisión, listos para dormir, y nos llamaron avisándonos que teníamos una comunicación telefónica, y.. ,Y, siempre la misma sensación, la misma impresión, la misma fatalidad del tiempo suspendido en las agujas del reloj. ¿Qué recordare, en una hora, de este momento? ¿Recordare que recordaba? Recuerdos de recuerdos.
¿Tenes fuego?
Si, toma.
¿queres un cigarrillo?
No, gracias. Recién apague uno.
¿Dónde vas?
A Tartagal. ¿ Y vos?
A buenos aires.
Y otra larga e inútil conversación. Por lo menos me sirve para pasar las horas. Y hasta me obliga a reírme un poco.
Me cuenta que lleva merca. Que esta muy nervioso. Que es la primera ves que lo hace, pero que lo obligaron. Una historia interminable de esposa, hijos, deudas, y una mafia difusa que crece y se agiganta. Habla hasta por los codos. El también, quiere arrinconar el miedo, vencer esas agujitas que avanzan insobornables.
La primera carcajada es suya, y proviene de mi costumbre de olvidarme los modos de mi tierra. Estamos hablando del campo, de mi familia, de mi padre, de dichos y decires.
Yegua zaina, salta el cerco, tira pedos...
¿ Cuál es tu gracia? Me pregunta.
Y yo repito lo anterior, y estalla la carcajada. Me debe haber visto la cara de sorpresa. Se ve en la obligación de aclararme, que me esta preguntando mi nombre.
Me ofrece coca. Se la acepto. Esta bastante buena, es de la seleccionada. Toda las hojas sanas, parejitas, salvo algunas que mas parecen de laurel, sin palos. Las voy metiendo una a una en la boca. Siento el gusto a verde, a tierra, a siglos, que adormece mis mejillas. Mi saliva, que extrae el jugo sagrado, y liga mi sangre con la de los Incas, con los coyas, doblegados por cruces y centauros en las minas, con la Pachamama.
Hechas las presentaciones, seguimos divagando tranquilamente. Casi al final de la conversación, voy a enterarme que la tan mentada merca, no es blanca. Son solo, cartones de cigarrillos, de contrabando, y varios kilogramos de hojitas verdes.
Y ya son las seis y media. Empieza a aclara. Los taxis empiezan a amontonarse en la esquina. Me despido y voy a averiguar si van hasta el corte. Si, van para allá. Serán unos veinte minutos de viaje. Subo adelante, atrás suben tres muchachos. Son estudiantes, vienen de Tucumán.
Llegamos. El corte esta 2 o 3 kilómetros delante nuestro. El taxi no puede avanzar mas. Una fila interminable de camiones, autos, colectivos, le cierra el paso. Bajamos. Pagamos el viaje. Seguimos a pie.
¿Por qué me parece tan bello el paisaje? El agua ha arrancado todo a su paso. Una profunda quebrada hiere la tierra, donde antes, no había mas que arboles. Estos están tirados, arrancados de raíz, desparramados por todos lados. Algunos apilados, preparados como una pira funeraria. De la ruta solo quedan rastros, un sendero irregular, una angosta costra gris marcada por los dientes de algún animal prehistórico. Del otro lado el mismo panorama, una fila interminable de vehículos, y por fin, la ruta libre.
Los vehículos vuelven cargados de gente, igual los colectivos. Ninguno se detiene. Caminamos 5, 10 kilómetros, y no tenemos suerte.
Cuando un colectivo decide detenerse. Suben casi todos. Dos nos quedamos sin hacerlo. Cuando estoy por empezar a masticar mi bronca, y mi mala suerte, escucho que me llaman. Un auto se ha detenido, unos metros mas adelante, sobre la banquina. Me acerco. Es martín, un amigo de la familia. Esta volviendo de su finca, se ofrece a llevarme.
Otra ves, la espera se me hace interminable, el silencio infinito.
¿Ya lo enterraron?, Pregunto.
No, no te preocupes. Te están esperando, me contesta.
¿Sabes como fue?
Iba o volvía de un telo, creo.
Un chiste, un chiste malo. Pero seguro, la clase de muerte, que de poder hacerlo, él hubiera elegido para sí mismo.
Llegamos a la ciudad. Las mismas cuadras, la ultima cuadra, la esquina, mi casa. El transito cortado, la calle llena de gente. Agarro mi bolso y bajo del auto, soy un actor saliendo al escenario. Las miradas me siguen. Los que me conocen se me acercan, me abrazan, murmuran palabras que intentan ser de consuelo, de animo, entro a la casa, me abrazo con mis hermanos, con mama. Ellos lloran, lloran, lloran. Los ojos rojos, los párpados hinchados. Los beso, los aprieto lo mas fuerte que puedo contra mi cuerpo. Si pudiéramos fundirnos todos en uno, compartir nuestro dolor. Me agarran de la mano, soy un niño, de la mano de su mama, el primer día de escuela. Entro al salón. Esta recargado de flores, las coronas apoyadas en la pared, en sus soportes metálicos, claveles rojos y blancos, calas- una flor que siempre me pareció de lo más sensual- y muchas otras que apenas reconozco. No hay mas, me informan, ya que por el corte, hace tres días que no entran flores a la ciudad las que habían se acabaron, y parecen estar todas en esta habitación, perfume de cadáveres, una habitación llena de ellos, para acompañar a otro. Me acerco al cajón, escucho de fondo los murmullos de las viejas desgranando un rosario. Veo la tela blanca, las manos cruzadas, en una ultima plegaria. El anillo en un dedo, el pañuelo al cuello, la barba, blanca y tupida. Los labios cerrados en una sonrisa burlona, la que ame, la que odie tantas veces.
Las mejillas pálidas, la nariz desafiante, los ojos cerrados, vacíos, sin luz, bajo los párpados. La frente amplia, el cabello negro, lacio, brillando bajo los fluorescentes.
Quiero bañarme. Sacarme esta suciedad del viaje, esta tierra, esta sensación pegajosa en la piel. Poner mi cabeza bajo un chorro de agua caliente, enjabonarme el alma, enjuagarla, retorcerla, escurrirla y colgarla para que se seque, al sol del mediodía.
Me seco, me pongo ropa limpia. Salgo, otra ves me rodean. Son mis primos, mis tíos, mis amigos, mi familia. Todos y nadie a la vez. Miles de brazos, labios murmullos, abrazos.
Alguien quiere saber si posponemos la misa, o si, como estaba planeada, será a las doce. Se debe avisar al cura. No, no hay necesidad de posponer nada. Todo según lo planeado. Busco a mis hermanas, a mi mama. Las llevo frente al cajón, rezamos, nos cruzamos datos fragmentados. Le pido a la gente que nos dejen solos, que salgan por unos minutos de la habitación.
¿Ya se despidieron? Les pregunto.
No, me contestan, entre lagrimas.
Bueno, quiero que cada una, se despida ahora. Quiero que lo vean por ultima ves. Lo toquen, lo acaricien, lo besen si quieren. Y quiero que me prometan que no van a volver a esta habitación, ni siquiera cuando estén sellando el cajón.
No puedo saber si lo hice por ellas o por mí. Siempre deteste los escandallos, los tonos estridentes. La felicidad y el dolor, son privados, incompartibles.
Ya todas se despidieron, solo falto yo. Le doy un beso en la frente. Le digo que lo quiero, con una mano le acaricio el pelo, las mejillas. Con un dedo empiezo a delinear sus facciones, trato de fijar cada pequeña arruga, cada peca, cada centímetro de piel, en mi memoria. Tengo una piedra en el estomago. Reprimo una arcada. Siento un golpe en mi espalda, un mazazo en la nuca, y estallo en llanto. Un llanto interminable, que sacude todo mi cuerpo y me convulsiona. El primero que mi ser se permite, el primero por mi padre muerto, que yace frente a mí.
Sale el cortejo de mi casa. La iglesia esta a tres cuadras. Vamos a pie. Mi mama va agarrada de mi brazo. ¿Quién carga el cajón? Algunos gauchos, y no puedo ver quien más. Entramos a la iglesia. Colocan el cajón, en un soporte, frente al altar. Estamos en la primera fila de bancos. Dos gauchos, con sus trajes de gala, custodian el cajón. El sombrero negro, el pañuelo blanco, la casaca, la bombacha.
Uno de blanco, el otro de negro, las botas lustradas, los cintos de plata, los estandartes en la mano.
El sacerdote habla del fugaz transito por la vida, de las buenas obras, del amor que se siembra y se cosecha. Nos pide nuestro perdón, que liberemos su alma. No puedo sino perdonarlo. Por cada ofensa, verdadera o imaginaria. ¿Y a mí, quien me perdona? ¿Puedo yo perdonarme?
Se termino el servicio. Salimos nuevamente a la luz del día. Se prepara el cortejo. Lo abren los gauchos. Resuenan los casos de los caballos sobre el asfalto de la calle. Empezamos a bordear la plaza. Se cierran algunos comercios, bajan las persianas, cierran las puertas.
Me veo dentro de un auto. Me veo saliendo de la ciudad, entrando al cementerio, bajando del auto, caminando entre los canteros de flores, el césped verde, las lapidas de mármol en el suelo, los arboles allá al fondo. Veo la tierra, el hueco abierto, el cajón que desciende, las flores que caen, los terrones de tierra.
El sol quema, cae vertical sobre nuestras cabezas. Nos sentamos bajo un lapacho. Es demasiado temprano para que este florecido. En septiembre estará hermoso, con sus coronas rosadas, y la fuente de agua a unos metros.
Esta cayendo el sol. Desde la puerta de mi casa, observo el cielo rojo, incendiándose. Reflejo de las piras funerarias, que cruce esta mañana al costado del camino. Otro guerrero va camino al Walhalla.

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